Amor,
sueños cumplidos, momentos de felicidad…
El
corazón me nublo la vista, se niega a oír, a escuchar… Solo siente. Siente y
padece. Ya perdí el número de veces que sentí que el corazón se estremecía
hasta sentirlo rehuidamente pequeño que llegaba a doler de una manera
impresionante, que no podía explicar con palabras porqué no tengo las justas ni
las precisas. El sentido común tiende la mano al corazón para que no caiga en
el abismo, pero el corazón es como un niño… Escuchará y escuchará pero casi
nunca te hará caso. Pues cree no equivocarse. Le gusta jugar con fuego, amar,
echarle agua para que la llama vaya apagando, tratar de mantener la llama,
esperar a que queden cenizas… Le gusta errar, le gusta las nuevas experiencias,
esas que quedan grabadas en tu memoria toda la vida, buenas o malas. Eso no
importa.
Le
gusta sentirse vivo. Pero cuando llora, se siente un gran vacío por dentro y
otras veces un exceso de una sensación extraña que de ningún modo puedes
expulsar afuera, tiene que mantenerse dentro. Hay penas que son tan grandes,
que a pesar del tiempo no nublan el recuerdo, para dejarlo en el olvido. He
llegado a llorar tanto que en algún momento me he preguntado si todavía me
sobran lágrimas para derramar. Más le duele al corazón cuando deseas llorar y
te aguantas por algún motivo. El nudo en la garganta apreta mucho y los pasos
se convierten en lentos o rápidos, dependiendo del dolor y de la humillación
que no quieres sufrir o si ya no te importa sentir humillación. Las lágrimas en
los ojos están ansiosas por salir y sabes que con un simple parpadeo las
lágrimas caerán. Pretendes que nadie se de cuenta y que en otro momento en el
logres sentirte más fuerte, puedas arreglar el destrozo. Un corazón roto no
puede arreglarse solo.
Pero
también están esos momentos en que el corazón llora de alegría, son muy pocos
pero vale la pena vivirlos, te hacen sentirte completo. Porqué las
circunstancias han llenado el vacío. Las situaciones que vives felizmente
pueden o no ser perfectas, depende de ti y de los demás. Si mutuamente se lo
proponen no hay temor para sufrir. Si la ecuación es tan sencilla, por qué no
sabemos aplicarla día a día en nuestras vidas.
Todo
es cuestión de uno mismo.
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