Me llamo Teresa, mi vida siempre fue muy intensa, siempre estuve llena de vida.
Sabía que iba pasando el tiempo, nunca pensé que todo llegaría tan pronto. Cuando lo veía reflejado en mi abuela me parecía muy lejano e incluso llegue a pensar que a mí nunca me ocurriría lo mismo. Mi familia no era así, ellos me querían. Una mañana me mire al espejo y mire mi reflejo, estaba tan envejecida, el pelo sin color, pero los ojos llenos de vida y mi mirada picara continuaba inquieta como mi primer día de vida.
Mi hija tuvo hijos, también formo una familia. En el algún momento mis nietos empezaron a crecer y fue la mayor alegría de mi vida, saber que mis seres queridos estaban sanos y bien.
El 24 de julio me cambiaron de habitación, pues mi familia creyó que allí estaría mejor. No se estaba tan mal, había espacio suficiente. Había algunas cosas en la decoración que no me gustaban, fue entonces cuando decidí hacer unos cambios, después de todo, era mi habitación. El único lugar dónde podía disponer e imponer mis ideas. Pero extrañamente a ninguno le gustó y Sonia, mi hija, desasió todo. Ella pensaba que desentonaba con la casa. Sonia, siempre había sido muy presumida y adoraba aparentar lo que no era. Pero era mi hija y la quería. Con el tiempo mi conciencia me ha estado abandonado y ha habido momentos en los que he olvidado quien era y en dónde estaba. Comienzo a olvidar muchas cosas, eso les molesta mucho, a veces les enfurece. Hay veces en que trato de intervenir y exponer todos mis consejos, pues yo se más de la vida que mis jóvenes. Hasta he pensado que con ellos se podrían haber evitado muchos dolores de cabeza, pero no me oyen, no me miran, no me hablan…
Una noche hubo una gran discusión, mis nietos querían más espacio, mi hija y su marido estaban cansados de tener que mantenerme. Aportaba muchos gastos en medicamentos, fue entonces cuando decidieron dejarme en una residencia, con la intención de que allí yo estaría mejor y de esa manera ellos también lo estarían.
Hace horas que estoy sentada contemplando el té, está frío. Mi corazón se va enfriando poco a poco, mi barbilla comienza a temblar, los ojos se me llenan de lágrimas y siento un gran nudo en la garganta que es el que me impide respirar. Los años van pasando y ya no recuerdo cuando fue la última vez que cumplí años, me cansé de esperar a que fueran celebrados o por lo menos felicitarme. Cómo mi abuela, solo trate de llamar la atención y dar señal de que aún estoy viva. Siento que he contactado con la muerte de la manera menos dulce, pues la muerte me duele más en vida, tenerla que vivir cada día.
Nunca pensé que este día llegaría tan pronto…
Pero hoy me miro en el espejo y lo único que me quedaba, ha desaparecido. El brillo de mi mirada se había apagado. Ella también me había abandonado.
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