sábado, 29 de enero de 2011

Narración ficticia.

Narración ficticia
Todavía recuerdo aquellas tardes de julio de 1897. Yo y mi abuelo vivíamos en una cabaña cerca del bosque. Desde la ventana podías observar el campo verde, los rayos de sol atravesando mi ventana y reflejando luz en mi habitación. Era maravilloso cuando llegaba la primavera, porque el bosque se llenaba de flores silvestres, los árboles florecían y podía oír cantar la magnifica melodía de los pájaros. Me encantaba observar a través de mi ventana. Seguramente os preguntareis porqué observaba por la ventana en vez de ir a jugar al campo, pero por mas que quisiera, mi abuelo no me dejaba salir de casa. Decía que el mundo exterior era muy peligroso. Cada vez que se hablaba del tema, se ponía muy nervioso e histérico.  
Una noche mirando las estrellas observe una luz cerca de la casa del abuelo. Con el deseo de salir al exterior y el objetivo de explorar el mundo que me rodeaba, no me lo pensé dos veces y me dirigí hacía esa luz.
Empecé a correr con todas mis fuerzas por los bosques y pude sentir en mis pies la hierba húmeda y las pequeñas gotas que caían del cielo sobre mi cabeza. Ese momento fue una de mis mejores experiencias, siempre podré recordar ese sentimiento de olvidar el mundo en el que vivo y olvidar aquellos sentimientos que solo en mi cabeza me atormentan.
Di un giro de 360º porque estaba corriendo en sentido contrario. Mi única compañía era la luz de la luna.
Empecé a correr hacía la luz y empezó a producirme un poco de pánico saber que esa era la casa del viejo. ¡La luz venía de la casa del viejo!
Mi abuelo me contaba historias sobre la casa del viejo, supuestamente son leyendas urbanas de este pueblo. Pero nadie ha confirmado que sea completamente cierto lo que dicen por ahí. Todo el pueblo le tenía pánico, nunca entendí porqué. Me atormentaba los comentarios de la gente sobre aquella casa y mi temor se hacía cada vez más grande y en un momento determinado  me arme de valor y dejé de lado la cobardía. Me sentí superior a todos los demás, porqué ninguno se había atrevido antes a hacerlo. Corrí volteando toda la casa, pero no podía ver de donde salía esa luz. Tan solo sé que esa luz rodeaba toda la casa. Cuando descubrí la puerta, el picaporte estaba podrido y viejo, el crujido de la madera me causaba fobia y tenía ganas de huir. Pero ya estaba dentro de la casa no había vuelta atrás. Según la leyenda, era un viejo que a todo aquel individuo que se metía en su casa, se quedaba encerrado por mucho tiempo hasta que se volvían completamente locos de no poder contactar con nadie y que repetían una y otra vez:- Llévame contigo. Me arrepentí de lo que había hecho, porque mi abuelo me había advertido muchas veces de no escaparme de casa sin su autorización, porque él era mayor y sabía mucho más que yo, un niño de 9 años. Empecé a llorar de miedo, por desobediencia y por lo que podría llegar a hacerme aquel viejo. Creí que nunca más volvería a mi casa. Pero en el fondo de esa casa, mirando a larga distancia, entre las lágrimas que había en mis ojos. Lo único que pude ver, fue la forma de la estructura de un niño regordete con un gorro en la cabeza. Me seque las lágrimas de los ojos con mis puños y me acerque a él.
Aquel niño regordete resulto ser un gnomo. No me pareció que este fuera el viejo antipático y siniestro que solía decir la gente. El gnomo no decía nada, supongo que no noto mi presencia. Porque en el momento que me vio, desapareció entre la niebla. Cuando me di cuenta ya era la madrugada y me acordé del abuelo. Fui corriendo hasta la casa del abuelo, me tape con las mantas y me dormí profundamente.




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